lEl colegio de abogados de París está asestando un duro golpe a los caricaturistas de prensa. De la colección fotográfica de su museo extrajo una extraordinaria selección de imágenes de juicios, de la época en que se permitían lentes en los tribunales, y las recopiló en un libro, Clichés de la audiencia (EdiSens, 184 págs., 35 euros).
El capitán Dreyfus, tan directo ante sus jueces en 1899. La semi-mondaine Marguerite Steinheil, aquella misma en cuyos brazos el presidente Félix Faure había exhalado su último suspiro en el salón azul del Eliseo en 1899, colocando, diez años después, su dos manos enguantadas de negro en el borde de la caja, para responder a la acusación del doble asesinato de su marido y su madre (fue absuelta).
El perfil de águila y las palmas extendidas de Désiré Landru, juzgado en 1921 por el asesinato de once mujeres y la leve sonrisa con la que pareció acoger el veredicto que lo condenaba a muerte. El rostro pálido de Violette Nozière, acusada de doble parricidio, en 1934. Philippe Pétain, escuchando a Léon Blum como testigo en su proceso por traición, en 1946. El cuerpo desmayado de la hija de una de las veinticuatro víctimas del el declarante Doctor Petiot, detenido por agentes de policía en 1946. La hermosa sonrisa de Pierre Carrot, conocido como Pierrot le fou, a su llegada al palco en 1947.
La pasión de los debates en el histórico juicio a Victor Kravchenko denunciando el gulag ante el 17Sí sala de la corte de París, en 1949. La deslumbrante belleza de Pauline Dubuisson, juzgada en 1953 por el asesinato de su ex prometido (cuya historia se inspiró en Clouzot fils La verdad, con Brigitte Bardot en el papel de acusada). La austeridad de Marie Besnard bajo su mantilla negra, en 1954. Y el mismo año, durante el proceso de Gaston Dominici, acusado del triple crimen de Lurs (Alpes-de-Haute-Provence) ante el Tribunal de lo Penal de Digne, el destello de El odio surge entre el viejo campesino y su hijo Clodoveo cuando este último lo abruma en el bar.
Una devolución fraudulenta en 2021
Al hojear este libro de imágenes, al detenernos en estos retratos en blanco y negro que captan lo más fielmente posible la expresión de un acusado, muestran la fiebre de un alegato, captan la distancia entre un abogado y su cliente. En definitiva, “restaurar” la atmósfera única de un público, estamos tentados de suscribir las palabras de Basile Ader en el prefacio. “Un dibujo nunca ha sustituido a una fotografía. » Y estamos fácilmente de acuerdo en que, para la documentación del momento legal, tales imágenes son más fuertes que muchos bocetos. Pero a qué precio ?
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